El enano del jardín era un integrante más de la familia, o al menos así lo sentía de chico. Si creciste en los años 80 en una casa con jardín, seguro recordarás al pequeño hombrecito que habitaba entre las plantas. El nuestro estaba en el porche del chalet del campo de la Laguna de los Padres, en Mar del Plata, y nunca supe cuánto tiempo llevaba ahí. Si recuerdo que aún conservaba lo que alguna vez fue el color rojo de su gorro.
Hoy la figura de ese enano amigable, está gris, despintada, y con mas de un golpe visible. La punta del sombrero desapareció, seguro por alguna caída al suelo, dejando al descubierto parte su cabeza de cemento. El enano vive mas cerca del monte que en el patio, y no porque lo haya decidido él en un acto mágico por volver al lugar amado entre los árboles, sino porque ahí lo dejaron hace años mis viejos, en una ceremonia de abandono al ya abandonado ex guardián de las flores y la buena suerte.
Mientras nacíamos en los ’80, moría la moda por los enanos de jardín, que fueron furor en la argentina durante décadas. Una tarde de aquellos años, después de merendar un mate cocido con pan y manteca pegado a la tele que pasaba los dibujos animados, lo empecé a observar con detenimiento. Ese día descubrí que el tipito no estaba solo en el mundo, había otros siete por ahí con una tal Blancanieves y vivían en el bosque. Esos enanos, a pesar de trabajar duro todo el día en una mina de diamantes eran felices, y cantaban.
Entonces pensé… Por qué el nuestro, no vivía en el monte de eucaliptos de casa como los de Blanca Nieves en el bosque? Y si durante el día cuidaba las flores de mamá y por la noche volvía a dormir en algún árbol donde tenía su casita? Lo esperará su familia? Tendrá mujer, hijos? Porque nunca vi enanas de jardín y menos, enanitos niños…
De grande me enteré que la imagen y múltiples significados de los enanos de jardín tal como los conocemos, surgió en el siglo XIX. Artesanos alemanes los imaginaron con barbas largas y blancas, y grandes sombreros casi del tamaño de sus cuerpos. Con los años se los empezó a identificar como símbolos de esfuerzo, laboriosidad, seres mágicos, amigos de la naturaleza, protectores de los cultivos y de los hogares… Así los enanos de arcilla alemanes empezaron a copar los campos y jardines de Europa y de gran parte del mundo.
Cuanta imaginación la de estos artistas, no? Qué los habrá inspirado para crear éstos seres? Creen que tomaron la idea de otras representaciones que habrían existido en Turquía en el siglo XIII. Dicen que en la región de Anatolia había réplicas de pigmeos. Éstos pequeños hombres que miden menos de un metro y medio de altura, eran reclutados para hacer los trabajos más duros en el interior de las minas. Para entrar usaban enormes sombreros rojos rellenos con paja para amortiguar posibles derrumbes. Y además para poder ser vistos en la oscuridad de los túneles, se ponían prendas de colores llamativos.
Los de la historia real son pigmeos negros, considerados los pobladores más antiguos de África. Los de la ficción no incluyen negritos de piel que dejaron sus vidas en las minas de Asia Menor, los siete enanos de Walt Disney son europeos blancos, graciosos, que andan cantando. Te acordas de ésta canción?
Ahí van los enanitos amigos de Blancanieves, volviendo a su casa después de un largo día de trabajo en la mina de diamantes…
Pero mientras golpeaban las piedras con sus picos cantaban:
¡Cavar, cavar, cavar, cavar
en la mina quiero yo!
¡Cavar, cavar, cavar, cavar!,
no acabas nunca no.
Quien cava más, muy rico es…
…si tu pico das al derecho y al revés.
¡Y al cavar…!
¡Y al cavar…!
¡…con afán…!
¡Con afán!
Otros mil diamantes…
¡van!
¡Cavar, cavar, cavar, cavar
de Sol a Sol!.
Mas todo puedes arruinar
si pierdes el control.
Diamantes hay un buen montón…
…y rubíes miles, y un millón…
…y sin saber por que razón…
…¡cavamos con ilusión!
¡Hi-Ho! Hi-Ho,
el Sol ya se ocultó!
¡Hi-Ho, Hi-Ho,
a casa vuelvo yo!
¡Hi-Ho, Hi-Ho,
el día ya acabó!
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