La invasión de Rusia a Ucrania se compara con la de la de la Alemana Nazi a Polonia en 1939. Una invasión que desencadeno la segunda guerra mundial. Por estas horas vemos una triste caravana de ucranianos partiendo de su país ante el temor de perder sus vidas. Una imagen similar vivieron los polacos a finales de la década del 30 del siglo pasado. Millones de polacos emigraron y miles jamás regresaron a su patria… Les voy a contar parte de la historia de…
Jan Josef Ruszkowski nació en 1906 en Polonia. Estudió en la Facultad Politécnica de la Universidad de Varsovia donde obtuvo el título de Ingeniero Civil. Como a tantos polacos la Segunda Guerra Mundial dinamitó sus sueños, y Juan José que soñaba con construir puentes y caminos, para eso se había especializado, sólo terminó cruzando los que lo llevaron hasta un campo de trabajos forzados en Siberia, cuando los soviéticos lo deportaron hacia la pesadilla. Allí pasó mas de un año hasta que fue liberado, se unió al II Cuerpo del Ejército polaco bajo las órdenes de los ingleses, y viajó a Palestina que era protectorado británico. En 1944 participó de la reconquista del Monasterio Monte Cassino en la proximidades de Roma, ocupado por los nazis, y tras las batallas que fagocitaron 75 mil vidas humanas regresó a Medio Oriente donde lo esperaba su familia con la que más tarde se trasladó a Londres.
Europa estaba exhausta y los ecos de los cañones siguieron aturdiendo la memoria y los bolsillos, a pesar de que hacía tiempo habían callado. Resignado, en lugar de mirar hacia el este donde estaba su patria, lo hizo hacia la tierra donde decían que los sueños se convertían en realidad. Las ofertas en el todo poderoso Estados Unidos le prometían la otra paz, la económica. Así fue que en el trasatlántico Magdalena, que como la Magdalena del relato bíblico fue testigo de la resurrección de Jesús, los Ruszkowski buscaron su propio milagro. Pero no desembarcaron en Nueva York, lo hicieron en Buenos Aires en 1949. Un año más tarde viajaron a Mar del Plata y la carrera profesional del soldado-ingeniero tomó impulso, convirtiéndose durante los años posteriores en el hombre que hizo los cálculos para construir los edificios más altos de la ciudad balnearia, récord que aún hoy nadie ha superado, como la injusticia que siente la familia por el anonimato de su obra en los planos. Ruszkowski nunca pudo revalidar su título en la argentina, sus “hazañas” siempre las festejó el que firmó los documentos.
Allá donde nació, quiso hacer puentes y caminos para unir a los que van pegaditos acariciando al suelo, acá donde murió, sacó las cuentas para los que adoran besar al viento en puntas de pié, diseñando torres de más de cien metros de altura de cara al mar, para que el roce sea salado.
Lo imagino en la terraza del edificio Demetrio Elíades, famoso por su corona con la marca de esos alfajores tan ricos, o del Palacio Cosmos sobre la Avenida Colón… su rostro como una brújula perdida apuntando al noreste con los ojos cerrados, escuchando los rumores del corazón que seguía en su Polonia, sintiendo, pensando: “Qué importaba si la guerra había crucificado sus sueños, si desde allí arriba logró estar más cerca del cielo y resucitar…”
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