Alguna vez leí que la flor de loto crece en el barro y sale a la superficie para florecer. En Japón simboliza el sacrificio, representa la flor del mundo después de la muerte. Esta es una historia verídica que simboliza esta representación…
Hiro Onoda tenía 20 años cuando logró uno de sus sueños: ponerse el uniforme militar japonés para defender a su país. Era el año 1942 y la especie mas inteligente que habita el planeta andaba guerreando por todos lados. Dos años y medio después, en diciembre de 1944, la segunda guerra mundial no saciaba su sed de sangre fresca entonces el Ejército Imperial de Japón ofreció la suya, y mandó a Hiro a la isla filipina de Lubang para luchar contra los norteamericanos.
Poco tiempo pasó para que la supremacía estadounidense y las fuerzas de la Commonwealth de Filipinas, diezmaran a la tropa del teniente japonés Onoda. Tenía prohibido rendirse o quitarse la vida, entonces él junto a tres soldados se internaron en la selva. Los japoneses eran considerados invasores, por lo que los cuatro hombres debían cuidarse tanto de los americanos como de los filipinos. La selva se les presentaba como la última alternativa para sobrevivir, y entre la vegetación encontraron un poco de paz entre tanta guerra.
Cuando Japón se rindió, Onoda y sus hombres no se enteraron. Seguían resistiendo, alimentándose de plátanos, cazando, atacando a quienes podrían ser sus enemigos. En octubre de 1945 vieron un folleto que decía: “La guerra terminó el 15 de agosto de 1945. ¡Bajen de las montañas!”. Onoda pensó que era un engaño. A finales de ese año desde el aire cayeron panfletos donde un General del ejercito japonés les ordenaba que se entreguen. Tampoco lo creyó. En 1952 llovieron cartas y fotos de familiares pidiéndoles que se rindan. Pensaron que era otro truco del enemigo. Hasta un hermano del teniente viajó hasta la isla y cantó al pie de la selva a través de un alta voz las canciones que solo ellos conocían. Cuando Hiro se acercó, la voz desapareció y no llegó a verlo. Su hermano, ahogado por la angustia, no pudo continuar cantando y se fue. El militar otra vez pensó que se trataba de una trampa. Ni su propio ejército los encontró. En 1959 el gobierno japonés declaró oficialmente muerto a Hiro Onoda.
Su historia se convirtió en una leyenda. Mientras para los aldeanos filipinos el grupo de guerrilleros fantasmas se había convertido en una pesadilla, que atacaba los cultivos de arroz, robaba el ganado, herramientas, y asesinaba sin piedad; para los japoneses Onoda y sus hombres eran la romántica representación del honor de una nación que se sentía humillada tras la derrota.
Todo cambió cuando la leyenda llegó a oídos de un estudiante japonés que amaba las aventuras. Norio Suzuki tenía 25 años, y ordenó mentalmente sus excéntricas prioridades: encontrar a Onoda, a un oso panda, y al Yeti, el legendario hombre de las nieves. Cuando Norio llegó a la isla de Lubang, en Filipinas, entró a la selva y al cuarto día miró a los ojos a un hombre de 52 años, de aspecto salvaje pero decidido. Era Hiro Onoda. Para entonces el teniente llevaba dos años en solitario, porque sus compañeros ya no estaban. Mientras uno había desertado, los otros dos habían muerto. Suzuki y Onoda, misteriosamente, se hicieron amigos. El joven lo convenció para que regresase a Japón, y el teniente le dijo que lo haría con una condición: recibir la orden de un superior.
Con una foto de Onoda como prueba de que seguía vivo, Suzuki volvió a su país. El gobierno dio con el antiguo jefe militar del teniente, que administraba una librería en tiempos de paz, y el estudiante regresó a la selva filipina junto al Mayor retirado Yoshimi Taniguchi, quien le informó a Onoda que podía abandonar su puesto. El subordinado entregó su rifle de cerrojo en perfecto estado, y se rindió oficialmente ante el presidente filipino, quien lo indultó por los crímenes que había cometido mientras estuvo oculto en la jungla.
Después de casi treinta años en la selva, en 1974, Hiro Onoda pisó su amada nación, que lo recibió con honores. Publicó una autobiografía llamada “Sin rendirse: Mis treinta años de guerra”, pero decidió irse del país. Ya no era el Japón que recordaba, los avances tecnológicos y los valores de la sociedad habían cambiado. Incómodo, se fue a Brasil donde se dedicó a la ganadería.
En 1980 leyó que un adolescente japonés había asesinado a sus padres. La historia lo conmovió tanto que una vez más armó sus valijas y regresó a la isla, donde fundó la “Escuela de Naturaleza de Onoda”, donde enseñan los valores japoneses a las nuevas generaciones, inspirados en los años de supervivencia de Hiro en la selva filipina.
Hiro Onoda falleció en el año 2014. Tenía 91 años. La historia lo recordará como el honorable soldado japonés que luchó una guerra imaginaria durante casi 30 años oculto en la selva.
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