El sábado 28 de marzo de 2020, Sergio Uñac, el gobernador de San Juan, confirmó el primer caso de coronavirus en esa provincia argentina. Se trataba de una joven médica de 29 años que había regresado de España, después de una capacitación profesional de dos meses en ese país. Ni bien aterrizó, se trasladó a su casa para cumplir con la cuarentena obligatoria, y aislada en su casa se quedó.
La propagación de la epidemia había llegado a esta región de Cuyo, la tierra del prócer Domingo Faustino Sarmiento, uno de los mayores promotores del progreso intelectual de la Argentina. Con la del coronavirus, también apareció la epidemia del odio diseminado en las redes sociales.
Decenas de sanjuaninos desnudaron la identidad de la mujer y hasta la dirección de su domicilio, con el único propósito de estigmatizarla. La viralización de audios y mensajes escritos, enfermó a la empatía. Tantos fueron los que la amenazaron, que la policía tuvo que montar un operativo para cuidarla.
A través de WhatsApp proponían llegar hasta su casa, y hasta un grupo la apedreó. Vaya a saber qué hubiera ocurrido si las fuerzas de seguridad no hubiesen estado frente al domicilio de la médica, que fue tratada como una bruja, culpable de llevar la maldición del virus.
Ninguno de los que escribieron, opinaron, enviaron audios, o compartieron éste tipo de mensajes… la vio como una víctima, una personas que sufría, que podía sanar, que podía morir. Nadie pensó en que la doctora, podría haber sido él, ella, un familiar, un amigo…
Cuando hablemos sobre lo bueno y lo malo que desenmascaró de nosotros la pandemia, y volvamos a la noche del sábado 28 de marzo de 2020, resultará difícil entender si ese registro es del siglo 21, o corresponde a un relato de la Edad Media, cuando la histeria en masa quemó en la hoguera a miles de mujeres, acusadas de practicar la brujería. Algunas, al igual que la doctora, también querían ayudar a sanar…
Hemos encontrado la cura para muchos virus, pero hay uno muy resistente y peligroso… el de la ignorancia.
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