Se dice que andar en bici es un aprendizaje que nunca se olvida. Muchos aprenden de grandes y otros aprendemos de chiquitos, pero lo cierto es que esa experiencia la llevamos con nosotros y esa primera vez queda grabada a fuego en nuestras retinas para siempre.
Es que detrás de una bici pueden descubrirse infinitas historias de amor, de superación y de cambios que han transformado para siempre la sociedad. Hombres y mujeres que con una bicicleta se atrevieron a ser diferentes.
En el barrio de Floresta donde pasé mi infancia y me crié, la bicicleta era el medio de transporte preferido para todos los chicos. Con ella recorríamos el barrio, le íbamos a hacer los mandados que nos mandaba nuestra mamá y explorábamos diferentes lugares a manera de aventuras (algunos misteriosos y hasta arriesgados).
Nada era mejor que sentir el viento y la velocidad en la cara. Mi primera bicicleta era color naranja, tenía rueditas y un asiento (que me lo había cambiado mi papá) y que en esa época de los años 80 estaba muy de moda, se lo llamaba asiento “banana”. Tenía una bocina de plástico y del manubrio colgaban cintitas bebé lilas que yo misma le había puesto para que se viera más canchera.
El tema era que con las rueditas no podía ganar velocidad y no me permitían seguir el ritmo del resto del grupo quedando atrás muchas veces . Fue así que tuve que aprender a andar en equilibrio sin la ayuda de las rueditas. Siempre íbamos al parque Avellaneda que quedaba a pocas cuadras de donde vivíamos. Con la ayuda de mi papá que me empujaba desde la parte de atrás del asiento de a poco iba ganando confianza.
Un día me di vuelta y me di cuenta que papá ya no me empujaba más, mis pies pedaleaban solos ¡Lo había logrado! La sensación era la de no tener límites y de libertad absoluta. Yo era como muchas otras, me sentía segura y capaz de conseguir cualquier cosa que me propusiera. Nunca olvidaré esa sensación y la cara de él de emoción por haberme soltado hacia la libertad y hacia la vida…
Sabía que cuando subía a mi bicicleta, siempre iba a sentir esa sensación de bien estar, de libertad, independencia, seguridad en mí misma y de alegría. Por eso como decía al principio de esta nota, ese momento queda grabado en nuestra memoria para toda la vida. Y agradezco a mi amado padre por haberme dado esa posibilidad. La de ser una mujer completa y autosuficiente que por siempre llevará en el corazón ese momento tan especial en el que papá me soltó a la vida para disfrutarla como una mujer plena.
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