Una celebración de las disidencias. Ese fue el espíritu de las ya míticas fiestas Brandon (las “Brandon Gay Day”), que en los albores del año 2000, supieron marcar el pulso gay friendly de Buenos Aires con una propuesta que venía a ofrecer algo ausente, hasta entonces, en la oferta cultural porteña. Performance, lecturas, música y sobre todo, encuentros creativos llenos de libertad: un activismo efervescente creado por un grupo de personas dispuestas a cambiar el cotidiano LGBTTIQ+.
Como dicen en su carta web de presentación: “Un cotidiano áspero, acostumbrado a saber solo cuando pregunta, medio under, lleno de estereotipos, con ese aire de prohibido que – visto en retrospectiva– se parece muy poco a lo que un colectivo de minorías preñadas de otras minorías necesita para deconstruirse y construirse de otro modo”. Así nació entonces el germen de Brandon como identidad, una que, con el tiempo, iría cambiando de formas, pero nunca de esencia.
El nombre surgió de una historia real, la de Brandon Teena, un varón trans asesinado en un crimen de odio en Estados Unidos. “En el año ‘99 vimos la película Boys don’t cry, que se estrenó acá en Buenos Aires, y nos conmovió tanto que elegimos el nombre en homenaje”, comenta hoy Lisa Kerner, una de las mentoras de esta movida que más tarde, pasada la sombría etapa post Cromañón que obligó a repartir y barajar de nuevo, derivó en el espacio Casa Brandon, inaugurado en 2004 en el corazón de Villa Crespo.
Hoy, tantos años después, Brandon por la Igualdad/Equidad de Derechos y Oportunidades Asociación Civil y Cultural tiene su sede física ahí mismo, en “la casita”, como la apodan quienes la frecuentan y la quieren como se quiere a los sitios de pertenencia. Un lugar con sello propio gracias a una programación y curaduría íntegramente atravesadas por las temáticas LGBTTIQ+.
Música en vivo, lecturas de poesía, exposiciones de arte, presentaciones de libros, mesas, charlas, proyecciones de cine y video, teatro, danza, performance, festivales y ferias son algunas de las cosas que se pueden disfrutar al cruzar la puerta mitad amarilla mitad rosa chicle, en Luis María Drago 236. Baños sin distinción de género, lemas como “visibilidad, amor, respeto” y una barra donde acodarse para tomar algo o disfrutar de comida vegana son otras cosas que encontrará, también, quien se acerque.
Casa Brandon se nutre de un abanico de propuestas artísticas y culturales que pisan fuerte y se postulan como “artivismo”, una herramienta de transformación social. “Es un modo de hacer activismo diferente al que hacen organizaciones más tradicionales”, sostiene Lisa.
“Desde el principio quisimos que éste fuera un espacio del que se pudieran apropiar las personas que vinieran”, explica. La idea de ‘casa’ alude justamente a eso: más que un bar, se trata de un lugar en el cual es posible encontrar una sensación de abrazo grupal. “Veníamos de la experiencia de ir a otros lugares y sentir bastante maltrato, desde la persona que te recibía en la puerta, en una época donde había mucho ‘chongo’ de seguridad maltratador hasta todo lo demás: las barras te trataban mal, en el baño te trataban mal, no podíamos entender cómo nos sometíamos a ese trato indigno sin contar con que todo era carísimo. Por eso pensamos en esto”, cuenta Lisa.
Así, Casa Brandon logró generar comunidad propia y armar cofradía de adentro hacia afuera, sin fronteras ni jerarquías. El objetivo es que el espacio sea amable en todos los niveles: brindarle bienestar no solo a las personas que se acercan a ver un show, sino también a quienes van a brindarlo y a quienes trabajan ahí. “Hay cierta lógica que dice que los problemas de los trabajadores se quedan afuera cuando la persona entra a su lugar de trabajo; bueno, acá tenemos otra manera de entenderlo: no podés separar quién sos y lo que te pasa al cruzar una puerta. Nuestra lógica es empática hacia todo el entramado de lo que significa ser, tener, o gestionar un centro cultural”, asegura Lisa.
En 2011, este gran esfuerzo colectivo fue declarado “de Interés Social, Cultural y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos” por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Un reconocimiento a la divergencia cotidiana, a esta lucha “amorosa pero enojada” que encontró un refugio para proyectarse al mundo, con el orgullo de mostrar lo que se es.
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