Hector Molinati es un escritor independiente, periodista, que nos acercó esta hermosa lectura para disfrutar:
“Imaginemos un desteñido, gris y lejano paisaje suburbano….una humilde, pequeña y apacible callecita bordeando los “quemeros” deslindes del barrio sur…Chiclana, Loria, 24 de Noviembre, añorado retazo de cielo irrecuperable que perdimos, ramillete de modestas y antiguas casitas despintadas… y allí en esquina de Salcedo y 24 volver a encontrar aquella vieja, vetusta y familiar “botica” de antaño enclavada en el corazón del barrio con su chirriante y desvencijada puerta giratoria… y detrás del mostrador del pequeño salón, con su impecable, y bien planchado guardapolvo blanco la cordial presencia de Don Félix, por aquellos tiempos un apasionado “hincha” de la gloriosa azul y blanca academia racinguista…
Justo al lado, sorprendemos a la pálida muchacha “que se quedó para vestir santos” saliendo de la casa de la añeja y herrumbrada reja colonial llevando el pesado y cotidiano envoltorio de la laboriosa costura rumbo al febril, tumultuoso y ensordecedor tránsito del centro porteño… más allá divisamos la imponente figura de Paco un veterano, larguirucho y bohemio músico de la guardia vieja entrando a su humilde casita portando el enorme y pesado contrabajo, amigo fiel e inseparable de sus líricas noches milongueras entre tangos, copas y cabaret…
Unos pasos más y ya estamos frente a la pintoresca y rumorosa lechería del inefable Don Pedro (un parlanchín y regordete gallego medio cascarrabias) junto a sus traviesas y bochincheras cinco “chancletas” jugando, gritando y correteando sin control alrededor de los metálicos, bien colmados y espumosos tarros de leche enfilados y prestos para el reparto diario en el sulky celeste que espera en la entrada…
De pronto, del sombrío, largo y polvoriento corralón de entrada asoma el ruidoso tropel atronador de las chatas de Don Cerino, pañuelo renegrido anudado al cuello, boina compadre bien requintada y un pimpollo de clavelito blanco luciendo coqueto en la oreja, mientras hace restallar desde la altura del pescante, el agudo y zumbador chasquido tenso, amenazador del látigo sobre las ancas de los briosos, bravos y altivos percherones.Y en esa esquina emblemática y jamás olvidada de Salcedo y 24 de Noviembre junto al cachuzo buzón solitario y arrumbado era imposible que faltara la puntual, fiel y familiar “barra” bullanguera… aquella “barra” mistonga, rante y sensiblera del ayer, tertulia confidencial y bulliciosa de sencillos, alegres, despreocupados muchachos un tanto andariegos, un poco, también, piropeadotes de alto vuelo cuando un floreado percal se atrevía a pasar dejando en el corazón la florecida estela de un leve suspiro dulce, furtivo y arrullador…
También en esas recordadas y plácidas noches del barrio nunca faltaba algún engolado aprendiz de zorzal arrabalero elevando su áspera voz enronquecida para entonar algún viejo tango en alas peregrinas de la romántica evocación… “Barrio plateado por la luna/ rumores de milonga es toda tu fortuna”…
¡AH! ¿En qué remota y entrañable esquina del recuerdo estará aquella querida “barra” fraternal de andariegos y sencillos muchachos soñadores… y el eco arrullador de aquel coro desafinado de entrecortados silbidos, cantares y risas cristalinas poblando el azulado firmamento anochecido del barrio Sur?…
Y así, mientras nos vamos alejando lentamente de “la calle de azul melancolía”, las suaves, lánguidas y sentimentales cadencias de aquel piano de Lucia parecen acompañar nuestros pasos melancólicamente como una tierna, preciosa y nostálgica remembranza evocadora del inolvidable, mágico y venturoso ayer perdido…”
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