Pensá en Frankenstein. Cómo se te representa? Frankenstein malo en las películas de terror? Frankenstein bueno en los dibujitos animados? El disfraz de Frankenstein en esa fiesta? El tono terrorífico a paso rígido y pesado con los brazos extendidos a lo Frankenstein, mientras perseguías a tus sobrinos haciéndoles una broma? Podría seguir preguntándote sobre el monstruo y el científico del mismo nombre que lo creó y que todos conocemos.

Pero ahora que mi propuesta cayó como un rayo que le dio vida al Frankenstein en tu cabeza, tenes que saber que en la novela que publicó Mary Shelley en 1818, Frankenstein no cobra vida gracias a la caída de un rayo que lo llena de energía eléctrica hasta ponerlo de pie. Ese detalle, podríamos decir que es una donación de la industria del cine ya entrado el siglo 20, para hacer más espectacular la historia.

Ni uno de los grandes promotores de la electricidad como el inventor de la lamparita Thomas Alva Edison, que produjo el primer cortometraje mudo de Frankenstein en 1910, imaginó un rayo para animar a la criatura.

Es conocida la historia sobre cómo la escritora inglesa ideo la novela. Dicen que en el verano de 1816, la joven Mary disfrutaba de sus vacaciones en Suiza, y durante una velada con escritores reconocidos, uno desafió a los demás a escribir una obra de terror. Y así nació la primera novela de ciencia ficción, en la que el hombre crea al monstruo que lo destruye. No me voy a meter en la interpretación moral, religiosa, o filosófica de la historia, pero sí en la versión que relaciona al protagonista de la novela con uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de América, Benjamin Franklin.

En 1752, mucho antes del nacimiento de la escritora Mary Shelley, Franklin realizó su famoso experimento en un campo de Filadelfia durante una tormenta. Remontó un barrilete con un alambre sobresalido, y en el extremo del hilo cerca de su mano enganchó una llave metálica. Un rayo descargó su energía sobre el metal y la condujo a través del hilo de seda hasta la llave. Franklin que zafó de electrocutarse, inventó el pararrayos.

El descubrimiento promovió las pruebas de otros científicos que intentaron reanimar sapos y hasta seres humanos, utilizando un método similar. Todos estos estudios sucedían en la época de Mary, cuando los alcances de la electricidad eran un misterio y en algunos ámbitos creían que podía utilizarse para revertir la muerte. Como intelectual, ella estaba interesada en el tema, y por eso muchos piensan que eligió el nombre ficticio de Víctor Frankenstein para su científico, por el de otro científico real: Benjamin Franklin. Tranquilamente podría haberse llamado Franklinstein.

Mientras en la novela Frankenstein se siente un Dios que le da vida a una criatura con restos de cadáveres, Franklin desde la razón le da vida al desarrollo de nuevas técnicas, con los restos de viejas creencias que perdían sentido a mediado del siglo 18.

El familiar rostro de Benjamin Franklin aparece en el billete de 100 dólares. Y la anécdota sobre si Mary Shelley se inspiró o no en él para ponerle apellido al científico de su historia, podría tener una connotación particular para los argentinos, culturalmente obsesionados con el billete verde.

Ahí está Benjamin en el billete de 100, con su carita de bonachón. Espero que nunca lo convirtamos en Franklinstein, aunque muchos creen que ya sucedió…