Hay textos que no terminan con el punto final, y te proponen que los sigas escribiendo. Los reconoces cuando después de leerlos, elevas la mirada del libro hacia el horizonte y quedas suspendido sobre las cosquillas de la reflexión. Esos textos efervescentes pueden develar nuevos pensamientos, perfumar recuerdos, despejar sospechas, estrecharle la mano a los perdidos, estructurar tu mundo.
Tendría 14 años cuando en la clase de Lengua y Literatura del colegio secundario, un texto breve y poderoso como un relámpago, iluminó la curiosidad de un adolescente que empezaba a tantear las alternativas del tan lejano futuro. Eso de… quién querías ser y hacer de grande. El relato se titulaba “El mundo”, y por su corta extensión imaginé a ese mundo chiquitito como del tamaño de una bolita de vidrio, las ojo de gato, esas con las que jugábamos horas a ras del suelo.
Tal vez el texto que aún no había leído era mágico. Porque al representarlo como una bolita que podía observar en la palma de mi mano, pude sentirme el protagonista de la micro historia, que dice:
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso – reveló – un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.
Firmaba un tal Eduardo Galeano. Mire sin mirar el pálido verde del pizarrón colgado contra la pared del salón, y en lugar de volver al texto, le pregunté a la profesora quién era ese señor. Me dijo que era un escritor y periodista uruguayo, y que además de ese tipo de cuentos había publicado libros que narraban una historia latinoamericana diferente a la que estudiábamos en el colegio…
En mi yo adolescente, “El mundo” de Eduardo Galeano, invitaba a la observación, a preguntar, a aprender, a compartir… invitaba a comprometerse en el intento de hacer realidad los sueños, soñar/hacer un mundo mejor.
En “El mundo” de Eduardo Galeano hay un mar de fueguitos… el texto podría tomarse como una inocente y hermosa metáfora descriptiva sobre lo que somos… a todos les gustaría ser de esos que arden la vida con pasión, no todos pueden o les sale.
Deja un comentario